Algunos crecimos con animales en casa, otros no, pero puedo decir
que todos teníamos esa actitud de maravillarnos ante lo diferente. Los animales
no humanos, si bien próximos a nosotros en muchas características fisiológicas y emocionales, son
atractivos para los niños por tener capacidades diferentes a las
nuestras: pueden volar, respirar bajo el agua, ver en la oscuridad,etc. Su
aspecto también suele parecerles llamativo: peludos, con alas, con escamas, con
aletas, piel rugosa, fría, o siempre tibia y lisa, unos enormes, otros
diminutos. Diferentes y parecidos al mismo tiempo y por lo mismo fascinantes.
Este tipo de curiosidad que despiertan en el niño los otros
miembros del reino animal puede desembocar en actitudes crueles que de no ser
detectadas y corregidas a tiempo se
exacerbarán en la adolescencia. Estudios hechos por reconocidos psiquiatras
coinciden en que un niño que comienza maltratando animales en la infancia, rara
vez se detiene ahí y busca víctimas cada vez más grandes en tamaño y desarrollo
neurofisiológico. Sin embargo,si este afán de
investigación se encauza, puede convertirse en un genuino interés por el conocimiento
de la realidad del otro.
Los actuales discursos de la otredad, limitada generalmente a los
demás miembros de la especie homo sapiens, intentan enseñarnos a ser más
respetuosos con otras razas, géneros, preferencias sexuales, culturas. No hemos
logrado mucho en este sentido, ya que aún se ven casos de discriminación,
violencia, maltrato, marginación y rechazo hacia lo que nos resulta ajeno,
distinto, opuesto a lo tradicional, a lo habitual, a lo normal, entendido esto
como mayoritario. Pero poco o casi nada se ha hecho desde la educación para
excluir de la discriminación a los animales no humanos. Ellos no son
considerados un otro al que haya que respetar, concederle derechos, dignidad.
En algunas sociedades se ha avanzado en materia de protección a los animales y
hay algunas leyes que castigan el maltrato, abandono o negligencia hacia ellos,
ero no tenemos un buen punto de partida pedagógicamente hablando.
He conocido muchos niños y niñas de varias edades. Algunos hijos
de activistas pro derechos de los animales, otros no. Pero todos tienen en
común una enorme capacidad de asombro ante lo novedoso. Los niños, que no saben
que Aristóteles recomendaba a sus discípulos nunca dejar de maravillarse, lo
hacen habitualmente, sin demasiado esfuerzo. Los adultos en cambio parece que
hemos visto todo: una paloma es igual a otra, una vaca es un elemento
decorativo del paisaje del campo, un pez en una pecera es un adorno más de la
casa y un ratón es una plaga que hay que exterminar.
He escuchado a niños preguntarse ingenuamente ¿qué es la carne?
sin imaginar siquiera que aquello que se les obliga a comer son los cuerpos
destazados de los mismos animales que dibujan en sus cuadernos. He visto la
ternura de un niño al tener un ratón en sus manos y pedirle a su madre que no
lo mate con la escoba. Mi primo de pequeño sacaba insectos de la piscinas pues
“le daba lástima que se ahogaran ”. Los insectos son menospreciados casi por la
mayoría de los humanos, proyectando en ellos nuestros propios miedos y ascos.
La primera niña vegana que conocí era hija de un par de veganos
dedicados a profesiones que poco tienen que ver con el activismo “oficial ”. Simplemente
habían optado por una alimentación más saludable, ecológica e
incruenta. La pequeña solía comentarme lo raro que le parecía que sus amiguitas
de la escuela dijeran amar a los animales y se los comieran a la hora del
descanso en un bocadillo de jamón o en ensalada de atún. “Si te gustan los
animales, no te los comas ”, les decía ella.
Cuando fui promotora ambiental y me dediqué a educar en el respeto
hacia los animales, los niños de las
escuelas públicas expresaban su tristeza al ver un perro encerrado en un
balcón o en una azotea, y muchos de ellos se negaban a ir a circos con animales
porque “los animales están tristes ahí ”.
La típica patraña de llevar a los chicos al zoológico para que
conozcan a los animales y aprendan sobre ellos,ha perdido adeptos incluso ente los
escolares,quienes prefieren verlos en documentales
televisivos donde se muestran como son y pueden realizar sus comportamientos
naturales.“En el zoológico, los animales se aburren ”, me dijo un pequeño de 6 años.
¿Qué sucedió pues,
entre ese interés, curiosidad, atracción o
incluso amor hacia los
animales, que sentíamos en la infancia y esta desensibilización,
mecanización y distanciamiento con el que los vemos en la adultez? ¿Por qué en
unos niños se perdieron estas características positivas y en otros
permanecieron?
En la transición de la infancia a la adolescencia comenzamos a
aplicar los prejuicios inculcados por
los padres y la sociedad; intentamos rebelarnos ante un mundo que no nos gusta
del todo, pero tampoco nos empeñamos en cambiarlo. Ser sensible es
calificado como cursi y tener convicciones firmes no es la norma. Es sin duda una
etapa difícil y sería más sencillo formar mejores seres humanos si desde la infancia se educara en la
empatía: la capacidad de ponerse en el
lugar del otro, donde éste no es necesariamente un miembro de nuestra especie,
sino a grosso modo, un ser con capacidad de sufrir y disfrutar con quien
compartimos el planeta.
Los niños criados en el respeto hacia la naturaleza y sus
habitantes no humanos, son también más humanitarios y sensibles ante los problemas de sus
congéneres. La empatía no hace distinción entre género, raza, especie. Es una
capacidad de comprender las emociones del otro, sus tristezas, sus alegrías, sus
necesidades. Es una
comprensión que no está dada únicamente por el entendimiento,
sino por el desarrollo de vínculos emocionales con lo que nos rodea.
A los niños de hoy se les enseña a usar computadoras y aprender
idiomas. Muy bien. Pero antes que cualquier otra cosa creo que es fundamental
enseñarlos a ser parte de la solución de un mundo cada vez más deteriorado. El
distanciamiento de la naturaleza, concebirla sólo como proveedora de alimentos
y materias primas nos hace renunciar al gran placer estético de u
contemplación.
Al cosificar devaluamos,al
empatizar, en cambio, damos más valor. Como padres y
educadores tenemos la enorme responsabilidad de formar mejores generaciones de
seres humanos y como adultos debemos no dejar de maravillarnos ante ese otro y
reconocerle su dignidad derecho a vivir plenamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario