lunes, 5 de abril de 2010

Amigo del hombre


Jodorowsky nació del mismo molde que cualquier mesías: descendiente de David, psicomago y conjurado por el espíritu burlón del surrealismo, es un poeta con vocación de agitador (de conciencias, quiero decir); mediante parábolas, como los otros poetas iluminados, trata de arrojar luz sobre pozos de materia oscura. A mí me parece bien porque sin alegorías los poemas morirían, y en materia de alegoría los mesías son verdaderas autoridades. Y como novelista me gusta mucho. Incluso soy capaz de soltar a favor de su prosa, no siempre valorada por la “crítica seria”, un sacrilegio de esta magnitud: el realismo mágico de sus novelas me acerca a Isabel Allende e incluso a García Márquez.

Pero he aquí que entre sus cuentos mínimos he encontrado un desaguisado: en “El tesoro de la sombra” (Siruela, 2003) hay una fábula - poema, “Cría perros”, en la que el escritor imagina a unos perrillos abandonados, a los que un matrimonio se dedica a alimentar, los cuales finalmente devoran a sus salvadores cuando éstos se quedan sin un duro y no pueden seguir manteniéndolos.
 
Jodorowsky, amigo poeta: ¿eres consciente de que te abates, a través de ese sorprendente cuadro, sobre la imagen del auténtico, el legítimo, el indiscutible modelo de nobleza y lealtad? ¿No podías haber escogido cualquier otro protagonista para tu ilustración sobre la ingratitud y la traición? ¿No podrías haber titulado tu cuento, por ejemplo, “Cría humanos”?

Vayamos al perro de cuneta del que nos habla Antonio Gala. Imaginemos ahora que ese mismo perro, el que disfrutó de los mimos y compartió los juegos de los niños y luego fue abandonado junto a una carretera, ha salvado la vida (sí, ya sé que hay que tener imaginación, pero algunos de ellos, entre miles, sobreviven a esa experiencia). Supongamos que es recogido por un humano compasivo. Pongamos ahora que ese hombre, compañero durante un par de años del perrito abandonado, fallece. Sus familiares llorarán pero pasado un tiempo seguirán las reglas del juego de la vida, como debe ser: el vivo al bollo. Sólo quedará alguien junto al hoyo: nuestro perro abandonado y luego recogido por el ahora difunto. Ese no se separará del hoyo jamás, porque para él ya no es posible ningún bollo. Conocí a una perrita cuya dueña murió; tratamos por todos los medios de alimentarla y mimarla pero nada, duró exactamente un mes: el tiempo que un perro resiste sin comer.

Mi perra duerme ajena a mi estupefacción por un cuento, ajena a que se llame hijo de perra a quien se pretende insultar, ajena al sufrimiento de miles de galgos ahorcados, cuyos cuerpos suspendidos como flecos de árboles centenarios forman parte, también desde hace cientos de años, del paisaje de los campos de Castilla de Machado.
 
En fin, que mi perrita Lola puede dormir. Y ya ves, a mí me cuesta conciliar el sueño.

Tomado de: 
http://www.clubcultura.com/diariode/136/IsabelCamblor.html?IdTis=XTC-DG84-1SZGP-DD-ASWTE-WVF

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