viernes, 8 de octubre de 2010

El arte de bañar un gato


* Ingredientes indispensables *
- un gato
- una bañera
- agua tibia
- jabón líquido neutro
- un grifo con alcachofa
- toallas
- un secador de pelo
- un voluntario para bañar al gato
- varios espectadores

Yo tuve un gato. Cruce de persa y siamés, gris y blanco, ojos de búho y enorme inteligencia.

Llegó a casa un frío mes de Noviembre y era tan chiquitín que mi padre lo trajo escondido en un bolsillo de su chaqueta. Con ese minúsculo tamaño nada nos hacía augurar que se convertiría en todo un espécimen, de nada más ni nada menos que quince kilos.

Le puse Misissippi porque me pareció que su diminutivo, Missi, era de tintes gatunos.

Pero este relato versa sobre el arte de bañar a un gato. Y no me refiero a la sana costumbre que tienen de lamerse con el fin de asearse. Hablo de bañar con agua y jabón a un gato.

Mi madre la puso en práctica el segundo año que pasó en casa el gato, justo unos días antes de irnos de vacaciones. El plan establecido por ella fue: veterinario, revisión, vacunas de rigor y baño en toda regla.
Así que cuando aquella tarde, al regresar del veterinario, nos dijo muy seria que iba a bañar al gato, todos la miramos como si a pesar de su juventud, hubiera perdido la chaveta.

¡Dónde había oído ella que a los gatos les gustara el agua! Hasta Missi la miró con cara de flipado. Claro que en cuanto vio la determinación en sus ojos, adoptó una postura de resignación, que año tras año sacaba a relucir justo el mes que nos íbamos de vacaciones. Él sabía que no se escapaba del chapuzón, así que paseaba por la casa como alma en pena, pero sólo cuando alguno de nosotros andaba cerca.

De nada sirvieron nuestras protestas, ni las de Missi. Se armó con jabón y toalla y se dirigió con él en brazos hacia el baño.

Los demás corrimos como locos tras ella. No queríamos perdernos el espectáculo de ver a Missi escapar de sus melosos abrazos a la menor oportunidad.

Pero hasta en eso fue todo un señor.

Ya con la bañera llena con un palmo de agua tibia, mi madre lo dejó caer con mimo. Todos cerramos los ojos y los oídos en espera de la gran hecatombe. Silencio. Silencio. Nada más que silencio, durante unos segundos que nos parecieron una eternidad. Y de repente, un chapoteo en el agua y la voz de mi madre que decía: “¿Ves tonto, ves como no pasa nada?”

Abrimos primero un ojo, luego el otro y la visión de aquel espectáculo fue algo que ninguno olvidaremos. Allí estaba Missi todo espatarrado en el fondo de la bañera, cubierto por millones de pompas de jabón disfrutando como un marrano en un charco con barro.

Tras el masaje jabonoso, llegó el momento del enjuague y aquello pareció gustarle más que el enjabonamiento. Con la cola bien tiesa y las orejas apuntando hacia el firmamento mientras mi madre, con delicadeza, procedía a devolverle su apariencia inicial.

El proceso de secado fue algo más complicado y para él fue necesario un secador de mano. Pero eso es algo que igual da, en otra ocasión, para otro relato sobre cómo secar a un gato recién bañado.

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