viernes, 22 de octubre de 2010

Cuento sobre nuestra estima a los animales: ¿Cielo o infierno?



“Podemos juzgar el corazón de un hombre según trata a los animales”

Immanuel Kant


El 4 de Octubrese celebra desde 1931 el DÍA MUNDIAL DE LOS ANIMALES en homenaje a San Francisco de Asís, patrón de los animales y el medioambiente, y su relación de respeto y admiración hacia todos los seres vivos y la Naturaleza.

Él vivió en el siglo XIII y como nos tenemos como sociedades más civilizadas que las medievales, cabría pensar que esta filosofía animalista se ha mantenido y ha aumentado con los siglos.

Sin embargo, no existe precedente en la historia de otra época en la que se haya causado tanto sufrimiento a los animales como lo la actual: fábricas de carne que trata los animales como mercancía con el objetivo de que sean lo más productivos posibles aun a costa de su salud y la nuestra, torturas en laboratorios de experimentación y resto de la industrias, entretenimiento, piel, … a quienes les es indiferente trabajar con cosas que con seres que respiran y sienten.

El Día Mundial de los Animaleses una buena fecha para una reflexión colectiva sobre el comportamiento en el siglo XXI con el resto de las especies, y si es por necesidad, como los primitivos, o por pura inercia-vicio-inconsciencia.

Nuestro trato a los animales influye más de lo que pensamos en lo que nos sucede a los humanos y este cuento de Paulo Coelho titulado “Cielo o Infierno” es una buena metáfora del lugar donde podríamos vivir si nuestras acciones fueran diferentes.


Un hombre, su caballo y su perro, caminaban por un sendero. Al pasar cerca de un árbol gigantesco, cayó un rayo, y los tres murieron fulminados.

Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había dejado este mundo, y siguió caminando con sus dos animales (a veces a los muertos les lleva un tiempo ser conscientes de su nueva condición…)

La caminata se hacía muy larga, colina arriba, el sol era de justicia, y todos terminaron sudados y sedientos. Necesitaban desesperadamente agua. En una curva del camino, avistaron una puerta magnífica, toda de mármol, que conducía a una plaza adoquinada con bloques de oro, en cuyo centro había una fuente de donde manaba un agua cristalina.

El caminante se dirigió al hombre que guardaba la entrada:

- Buenos días.
- Buenos días – respondió el hombre.
- ¿Qué lugar es éste, tan bonito?
- Esto es el cielo.
- Pues qué bien que hemos llegado al cielo, porque nos estamos muriendo de sed.
- Usted puede entrar y beber toda el agua que quiera.

Y el guarda señaló la fuente.

- Mi caballo y mi perro también tienen sed.
- Lo siento mucho, pero aquí no se permite la entrada de animales.

Al hombre aquello le disgustó mucho, porque su sed era grande, pero no estaba dispuesto a beber él solo; dio las gracias y siguió adelante. Tras mucho caminar, ya exhaustos, llegaron a una finca que tenía por entrada una vieja portezuela que conducía a un camino de tierra, bordeado por árboles en sus dos orillas.

A la sombra de uno de los árboles, había un hombre tumbado, con la cabeza cubierta con un sombrero, posiblemente durmiendo.

-Buenos días – dijo el caminante.

El hombre apenas respondió meneando la cabeza.

-Tenemos mucha sed, mi perro, mi caballo y yo.
-Hay una fuente en aquellas piedras – dijo el hombre señalando el lugar -. Pueden beber cuanto les plazca.

El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y mataron su sed. A continuación, regresó para dar las gracias.

-A propósito, ¿cómo se llama este lugar?
-Cielo.
-¿Cielo? ¡Pero si el guarda de la puerta de mármol dijo que el cielo era allá!
-Eso no es el cielo, es el infierno.

El caminante se quedó perplejo.
-¡Pero ustedes deberían evitar eso! ¡Esa falsa información debe causar grandes trastornos!

El hombre sonrió:
-De ninguna manera. En realidad, ellos nos hacen un gran favor. Porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a los mejores amigos…


 

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